Escrito por Luca Chiantore, 1 de enero de 2025
¿Tienes un Rolex? Te lo pregunto a ti, que estás leyendo este post, pero creo conocer la respuesta: no. Yo, desde luego, no lo tengo. Nadie en mi familia lo tiene. Nadie que yo conozca lo tiene. Ni lo tiene ni lo quiere, porque… ¿qué haríamos con un Rolex?
Quizás, en el pasado, un reloj Rolex podía garantizar una medición del tiempo más precisa que la de otros relojes; hoy, una medición aún más impecable la proporciona el más básico teléfono celular. Así que lucir un Rolex en tu muñeca refleja, hoy más que nunca, la que en el fondo ha sido siempre su principal función: marcar estatus. Un estatus que a su vez puede ser más o menos alto, porque el clasisimo es lo que tiene: vales lo que puede pagar. Y hay relojes Rolex para bolsillos muy diversos, desde los 6.000 dólares subiendo hasta los 150.000. Una cifra inalcanzable para mí y ajena, totalmente ajena a mi mundo.
Sin embargo, desde hace años, Rolex esponsoriza la música clásica. Hoy, 1 de enero de 2025, lo ha hecho de un modo explícito no sólo presentándose como patrocinador único del Concierto de Año Nuevo de los Wiener Philharmoniker, sino con una cuña publicitaria que ha llegado a millones de hogares en todo el mundo. Pero no se trata de una novedad. Rolex lleva 16 años siendo espónsor único de este concierto, que es el evento de música clásica más escuchado del mundo, y 13 años siendo el patrocinador principal del Festival de Salzburgo, del mismo modo que tiene a Cecilia Bartoli, Yuja Wang, Gustavo Dudamel, Jonas Kaufmann y otras estrellas mediáticas como caras visibles de esta identificación con la música clásica, a la que su propia página web dedica un espacio considerable.
Nos desvivimos a diario para explicar que nuestra música puede ser algo cercano y no una realidad ligada a mundos lejanos en el tiempo o en el espacio. Pues el logo de Rolex en esa imagen del Musikverein es un mazazo en contra de todo aquello por lo que luchamos, y ya no hablemos de la cuña publicitaria: el modelo con el que acaba la filmación, el nuevo Oyster Perpetual Day-Date 36, en oro de 18 kilates y cuadrante rodeado de diamantes, vale más de 100.000 dólares. ¿Tenemos algo que ver con esto?
Tú y yo, no, lo sé con certeza. Nuestro público, tampoco. Cecilia Bartoli y Yuja Wang, sí. Y una parte de su público, también (sólo una parte, en ese caso, porque puede que tú y yo, puntualmente, formemos parte de ese público). Nada extraño, en realidad, ni especialmente original, visto que esa segmentación siempre ha existido, pero hoy es sumamente evidente, como no podría ser de otra forma en esta sociedad neoliberal: algunas figuras (pocas, muy pocas) mueven masas e interesan por eso también a los grandes poderes económicos; el resto intentamos como buenamente podemos mantener en vida un mundo artístico, educativo e incluso empresarial sin el cual esa misma élite no existiría, pero con la que casi no hay puntos de contacto.
¿Realmente no sabemos imaginar una música clásica alejada de este elitismo económico? Porque otros mundos también asociados a la “alta cultura” no necesitan jugar esa carta, ni lo hacen aquellos que los millones los mueven a través del deporte. El Louvre no se presenta como un producto cultural pensado para quienes tiene millones en su cuenta bancaria. El Real Madrid tampoco, a pesar de que los millones sí circulan generosamente ahí: entran y salen, porque millones cuestan los jugadores, pero otros muchos millones los generan los productos comerciales y los derechos televisivos.
Strauss no suscita ese movimiento de imágenes y afición: se le presenta como algo más elevado, espiritual y… económicamente. Que eso suceda cada primer día del año precisamente con una música como la suya, a la que en su momento se le acusó de vulgaridad y banalidad, es tan sólo una nota tragicómica en medio de una realidad que nos daña a diario. Así que, a partir de mañana, habrá que volver a las trincheras. Porque así concibo mis conciertos, mis clases, mis publicaciones: un lugar de frontera, donde hay mucho en juego.
Un feliz y militante año 2025 a todo el mundo.