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5.000.000 de espectadores hasta el momento. Una enormidad. Se trata, en realidad, de 5.000.000 de conexiones, lo que no es exactamente lo mismo. Pero sigue siendo una barbaridad. Es la cifra que Medici.tv proclamaba, con legítimo orgullo, hace un par de días al comentar el éxito que está representando la retransmisión en directo y el streaming en diferido de las pruebas de la 15ª edición de Concurso Chaikovsky. Y la cifra no sorprende a quienes nos movemos en las redes sociales, al observar cuántos posts y comentarios están publicándose en relación con esta retransmisión. Bastaría ese número para poner en entredicho la idea de que la música clásica no interesa. Este concurso está interesando, y mucho. Y este blog puede ser un buen lugar para realizar algunas reflexiones al respecto.

TCH15aLa primera tiene que ver con el la calidad esa retransmisión y la agilidad de la página web que la aloja. Informaciones sobre los concursantes, los jurados, las pruebas… todo está allí, listo para una consulta ágil y sin trabas. Las páginas se cargan al instante. Si posteas, sabes qué imagen y qué texto aparecerá, sin sorpresas. Si te conectas fuera de hora, te sale una cuenta atrás ideal para generar más expectativa. Y el hashtag para Twitter, #TCH15, es perfecto: corto y fácil de memorizar. Todos los detalles se han cuidado pensando en el usuario digital, anteponiendo el manejo a otras prioridades (a diferencia, por ejemplo, de lo que sucedió en 2010 con el Concurso Chopin). Además, el hecho de retransmitir simultáneamente los concursos de piano, violín, cello y canto, en lugar de dispersar la atención, crea sinergias y contribuye a que tantos estemos de algún modo involucrados en esto.

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A ver… ¿En qué quedamos? ¿Lo radical es bueno o malo? En el mismo día en el que en España algunos políticos usan el término «radical» como si fuera la definición misma de aquello que pone en peligro nuestro futuro y nuestro sistema de vida, el músico que probablemente representa mejor el establishment actual de la música clásica, Daniel Barenboim, presenta al mundo un piano «radical». Radical en el sentido de «radicalmente nuevo»: a radically new piano.

Barenboim piano detailEl anuncio resulta prometedor. Pero cuando te acercas ves enseguida que de nuevo, el instrumento, tiene una sola cosa: las cuerdas paralelas. Una «novedad» que el propio Barenboim presenta en realidad como una vuelta a lo antiguo: una vuelta a los instrumentos que, a mediados del siglo XIX, todavía no habían procedido al cruce de las cuerdas que es hoy habitual Se trata de un hecho interesante, viniendo de él, que nunca había mostrado ningún interés por los pianos históricos.

Quienes conocemos los instrumentos de aquella época sabemos bien que aquellas cuerdas paralelas, especialmente en un instrumento sin bastidor de hierro fundido de una única pieza, genera una veriedad tímbrica al que los instrumentos posteriores han renunciado. Los propios alumnos de los cursos de Musikeon han podido comprobar estas propiedades gracias al Pleyel de 1849 que conservamos en nuestra sede de Valencia. No sabemos en qué medida el instrumento ideado por Barenboim y construido por Chris Maene en colaboración con Steinway consiga recuperar aquella variedad tímbrica, pero ésa es la intención declarada del propio Barenboim, y sin duda será muy interesante escuchar en directo este nuevo instrumento. Un interesante video de la BBC nos muestra al propio Barenboim tocándolo, pero es imposible apreciar adecuadamente ese sonido: habrá que esperar.

Ahora bien: ¿es esa una apuesta «radical»? ¿Tan conservadora se ha vuelto la música clásica como para que un piano como éste pueda ser presentado como algo «rádicalmente nuevo»? Y la única respuesta es, muy probablemente: sí. Porque no se trata únicamente de marketing: es que efectivamente la homogeninización de los cánones clásicos es tal que cualquier paso, por muy pequeño que sea, parecen un gran cambio. Y aquí, por lo menos, lo ha hecho un pianista excelente pensando en primer lugar en el sonido, porque en los últimos tiempos otros anuncios parecidos han servido únicamente para presentar pianos que de «nuevo» tenían el diseño, muchas veces antepuesto a las propias cualidades sonoras del instrumento.

Otra cosa muy distinta habría sido, como sugería hoy mismo en Facebook Diego Ghymers, gran músico y apreciado colaborador de Musikeon, haber presentado un teclado cromático. O un piano con una mecánica totalmente diferente de la actual. O un piano que incorporara la posibilidad de modificar electrónicamente el sonido mediante un sistema de captación, filtrado y amplificación del sonido incorporado en el propio instrumento. Pero, en el fondo, no tendría sentido esperarse experiencias de este tipo -que supondrían un abrir la música clásica a retos drásticamente («radicalmente») nuevos con respecto a la tradición- precisamente de Daniel Barenboim, que esa tradición la encarna mejor que ningún otro. No es de él, sino de otros tras él, de quienes estamos en derecho de esperarnos otros caminos.

Es indonesio. Es pianista. Es pianista de jazz, más concretamente. Y toca como los dioses. Nombre: Joey Alexander. Edad: 11 años. No es una errata: once. Ha nacido el 25 de junio de 2003. Cuando te acercas a él, esos 11 años se notan. Es uno, para entendernos, que en las entrevistas es capaz de soltarte frases tipo: “Me gusta el piano porque tiene muchas teclas”. 11 años y mucha inocencia. Pero lo miras, escuchas lo que está grabando ahora (cositas sencillas tipo una versión propia de Giant steps de John Coltrane, aquí a continuación) y tienes la certeza de que es, todo él, un fenómeno.

No voy a hablar de él como jazzista, que no es mi terreno y en ese aspecto no tengo muy claro si lo que hay en él es únicamente una impresionante capacidad de imitación o también se vislumbran rasgos de posibles futuros caminos realmente personales. De lo que voy a hablar es de él como pianista, como ser humano que maneja su cuerpo para generar sonido a través de un instrumento que es el de muchos que circulamos por este blog. Y cuando veo cómo toca y pienso en la edad a la que lo hace, se te ocurren inmediatamente unas cuantas cosas que decir.

Una, sobre todo. Joey Alexander toca fabulosamente bien. Pero toca de una manera que sería impensable para abordar con la misma solvencia otros lenguajes. Para la clásica, en concreto, su manera de tocar, con esos dedos planos, esos cambios de posición realizados con antebrazo, la tensión continua del pulgar, el movimiento del brazo controlado desde el omóplato, resultaría impensable. Impensable, por lo menos, para conseguir el sonido que la música clásica ha empleado para la interpretación del repertorio canónico en estos últimos 150 años, es decir el tiempo que llevamos tratando a Bach, Beethoven y Chopin como “clásicos”. Si hiciéramos con ellos otra cosa (tipo: arreglar la escritura de las obras del pasado hasta impregnarlas de una estética compositiva individual), todo cambiaría. Pero eso es, evidentemente, no lo hacemos. No sólo: si lo hiciéramos empezaríamos a preguntarnos si a eso se puede seguir llamando “música clásica”.

Así que lo que hacemos al tocar Bach, Beethoven y Chopin es intentar amoldar nuestra mano y nuestra forma de vivir la música a una escritura nacida pensando en otra mano y en otra forma de vivir la música. Algo que el jazz, en cambio, dejó de hacer hace mucho tiempo. Un siglo, más o menos. Es decir, desde una época en la que el jazz no era propiamente jazz siquiera. Cuando uno escucha lo que hacía Jelly Roll Morton en 1920 con los ragtimes de Scott Joplin (o con las arias de Verdi, o con lo que fuera, porque todo podía pasar por ese filtro), entiendes perfectamente lo que puede suceder nada más abres la caja de pandora de una actitud realmente creativa ante la partitura.

Si a todo ello añadimos la crónica alergia a los acentos que la música clásica ha ido incorporando paulatinamente en todo este tiempo, el abismo se agiganta. Esos acentos tan definidos ‒que no son una prerrogativa de Joey Alexander, sino de tantos pianistas de jazz desde hace generaciones‒ son uno de los mayores tabúes de cualquier pianista clásico, especialmente si interpreta el repertorio escrito entre 1700 y 1900. Y no es casual que los acentos hayan sido el principal elemento de novedad que introdujo en su pianismo el añorado Friedrich Gulda a medida que, ya no tan joven, se fue acercando al jazz. Acentos, no hay que olvidarlo, que estuvieron a la orden del día en la época de Beethoven y que seguían caracterizando la forma de interpretar de un Brahms, aunque hoy encontremos tan pocas personas dispuestas a rendirse a la evidencia de las fuentes históricas que documentan esa práctica.

El caso es que el legato uniforme que hoy exigimos en la realización de escalas y arpegios exige una movilidad del pulgar que Joey Alexander no tiene, y lo mismo puede decirse de la gestión de los contrastes dinámicos o de la realización convincente de los pasajes en octavas paralelas. Allí la tradición nos ha acostumbrado a un tipo de sonido, y ese otro sonido requiere de cierta gama de movimientos. Por ello me interesa tanto un caso como el del joven Joey Alexander. Imposible imaginar una demostración más clara de que una técnica impensable para la música clásica sí puede funcionar magníficamente para el jazz. Y no puedo evitar preguntarme qué ejemplos podrían servirme para demostrar lo contrario: que una técnica impensable para el jazz puede funcionar magníficamente para la clásica. No hace falta pensar mucho: en mayor o menor medida podría citar prácticamente cualquier pianista clásico ‒del pasado y del presente‒ muy identificado con el repertorio de los siglos XVIII y XIX.

¿Alguien se imagina a Claudio Arrau o a Arturo Benedetti Michelangeli tocando como Joey Alexander? Y no estoy hablando de habilidad para improvisar, sentido del groove o familiaridad con los diferentes estilos: estoy hablando de una cuestión exquisitamente mecánica. Mira por donde, sólo el contacto con una parte del repertorio escrito a partir del siglo XX abre el abanico de nuestros recursos manuales hasta incluir actitudes corporales análogas a las que vemos en videos como éste. Un repertorio que, por otra parte, brilla a menudo por su escasez en la experiencia formativa de muchos pianistas clásicos.

Otra cosa es que, al ver a Joey Alexander tocando así, no pueda descartarse en absoluto que, en un futuro quizás no muy lejano, tenga algún serio problema muscular, en la línea de los que han acompañado a Keith Jarrett durante tanto tiempo. Pero esto no es un problema específico de los jazzistas, y en todo caso no existe ninguna certeza de que estos problemas finalmente se manifestarán. Pensé lo mismo al ver los videos tempranos de Murray Perahia y Maria João Pires, y acerté. Hice lo mismo con Evgeny Kissin, y en ese caso, no: a pesar del uso tan peculiar que él hace de su musculatura, no tenemos constancia de patologías que hayan interferido con su carrera. Por suerte, la complejidad de nuestro cuerpo es casi tan grande como la de la música, y los caminos que trazan a lo largo de toda una vida son imprevisibles.

Escrito por Luca Chiantore (copyleft febrero 2015)

El primer disco de TROPOS será muy pronto una realidad. David Ortolà y yo estamos a puntos de empezar a grabar, en medio de un electrizante proceso cargado de decisiones importantes y de contactos con profesionales muy diversos. Sabemos que estos intensos días van a marcar un antes y un después en la historia de este proyecto, y suponen por tanto una excelente ocasión para reflexionar sobre lo hecho hasta el momento.

Como bien saben quienes nos han seguido desde el principio, TROPOS nació el pasado 1 de junio en Porto Alegre, en el marco prestigioso del PERFORMA 2013, tras una larga gestación de ensayos e interacción mutua (nueve meses, mira por donde…). Desde entonces nuestra criatura ha empezado a andar, cada vez con paso más firme, y los diez conciertos hechos hasta el momento (tres en Brasil, dos en Argentina y cinco en España, más la audición privada en casa de Marlos Nobre en Rio de Janeiro) nos han servido para afianzar un proyecto en el que David Ortolà y yo creemos hoy más que nunca. Esos conciertos se quedaran para siempre en nuestra memoria y son la base de lo que vamos a presentar en nuestro primer disco. 

De estos conciertos no nos llevamos sólo la experiencia concreta relacionada con la interpretación de este programa, sino también algunas impresiones de tipo más general, relacionadas con la vivencia que supone para nuestros oyentes asistir a la relectura del repertorio clásico que ofrecemos con TROPOS, y también lo que todo esto supone para nosotros mismos, músicos cuyas experiencias previas confluyen en este proyecto y allí se enriquece de vivencias nuevas y a veces inesperadas.

Tanto para David como para mí, TROPOS está resultando una aventura profunda y de algún modo inesperada, al tiempo que supone un punto de encuentro de múltiples experiencias previas. De ahí que personalmente me sienta tan atraído por la tarea de compartir impresiones acerca de ello, utilizando un medio para mí tan habitual como es el escribir. Una reflexión que parte del que es mi propio punto de partida, a la hora de lanzarme a este proyecto. Un punto de partida muy distinto del de David y que tiene como primera referencia la experiencia como intérprete que acumulé durante más de diez años de viajes y conciertos, durante mi juventud: una carrera aparcada de forma voluntaria, libre y muy consciente, en 1995, para orientarme a la docencia y la investigación.

Tras 18 años sin dar ni un concierto, TROPOS me ha llevado a pisar de nuevo un escenario. Y tras estos primeros conciertos veo hasta qué punto este regreso ha sido un acierto, exactamente como lo fue en su día dejar de tocar en público para dedicarme de lleno a tareas que me resultaban más satisfactorias y emocionantes. No todos me entendieron entonces, pero estaba muy seguro de mi decisión. Y Grigory Sokolov, un año después, me dio la clave. Sokolov me había conocido en mis años de joven concertista y con él había hablado personalmente de mi determinación a no seguir dando conciertos. Por ello, al encontrarme con él al año siguiente, lo primero que me preguntó fue si seguía lejos de los escenarios. Cuando le dije que sí, y que estaba muy feliz volcado en la investigación y la docencia, lo único que comentó fue: “Entonces has hecho muy bien». Y en seguida añadió: «Yo no podría; no podría vivir sin dar conciertos”. Más o menos lo que contesta Rainer Maria Rilke a las preguntas de Franz Xaver Capuz, el joven poeta de sus Cartas a un joven poeta: se trata de hacer aquello que sentimos indispensable para nosotros y para los demás.

Si intento sisntetizar el conjunto de impresiones diversas que se han sucedido en estos últimos meses en los ensayos y los conciertos realizados junto a David Ortolà (y es lo que voy a hacer a continuación) veo delinearse con claridad cuatro aspectos que no había experimentado jamás, con tanta intensidad, como intérprete de la música del pasado. Dos tienen que ver con la relación entre el público y la experiencia de la escucha; los otros dos están más vinculados a la relación entre el intérprete y la interpretación. Pero la interacción entre estos cuatro aspectos es continua: si los trato por separado es únicamente por facilitar al lector la comprensión de un mundo que hoy siento tan mío.

Esto es precisamente lo que estoy sintiendo con TROPOS. Deseo de ensayar, deseo de tocar, deseo de saber qué produce en el público todo lo que hacemos. Sabemos perfectamente que TROPOS proporciona, tanto a nosotros que tocamos como a quienes nos escuchan, vivencias muy distintas con respecto a aquello que suele ser hoy un concierto clásico. Y en mi caso, que llevo años hablando y escribiendo acerca de los posibles caminos que tiene la música de arte ante sí para contactar con el presente y no caer en un formalismo estéril, TROPOS significa realmente pasar a la acción, recorriendo con espíritu de aventura uno de esos infinitos caminos posibles.

Descubrimiento

El comentario que más a menudo hemos escuchado tras nuestros conciertos ha sido el de oyentes que aseguran haber permanecido de principio a fin en un estado de expectación continua, de ininterrumpida tensión emotiva causada por la curiosidad de saber lo que vendría a continuación. Un tipo de emoción relacionada, por tanto, con el descubrimiento de lo desconocido, pero a partir de una constantemente interacción con lo que ya conocemos, porque con TROPOS el legado del pasado está siempre a la vista. Y esa es precisamente nuestra idea: que la música que ya conocemos (o se supone que conocemos, si estamos familiarizados con la música clásica) suene como si no la hubiéramos escuchado jamás.

Que el oyente viva la escucha como si fuera una “primera vez”. Esa primera vez que parecía irremediablemente perdida, en el caso de una música como ésta, que se lleva a cuesta una larga historia y suele acudir una y otra vez a un repertorio de referencia formado por un reducido número de autores y obras. En nuestros conciertos ese repertorio sigue allí, casi nota a nota. Pero interactúa con un nuevo material, y esto transfigura totalmente la escucha. El oyente no puede vivir el concierto como una plácida contemplación de lo conocido: la expectación, la sorpresa, el continuo sentido de la novedad son inseparables de nuestra propuesta.

Modernidad

Por otra parte, cualquier interpretación de la música del pasado es una manera de entablar un diálogo con ese pasado. Y con TROPOS esas partituras se entrecruzan con capas de sonido cargadas de referencias a procesos compositivos propios de la música más reciente. El resultado global es el de una propuesta estética muy actual. Diferente, desde luego, de la idea que hoy tenemos de cómo suena la música de cada época. Pero sí capaz de reproducir la sensación de “actualidad” que esa música tuvo inevitablemente en el momento de su creación, un momento en que esa era música “contemporánea”, a menudo rabiosamente “moderna”, y no la venerable reliquia de un pasado ya lejano. El diálogo con el pasado es un diálogo de tú a tú, que parte del respeto y la admiración por la cultura de la que procede la partitura, pero también de la fascinación por el mundo que nos rodea, que en última instancia es el que como intérpretes compartimos con nuestros oyentes.

Interacción

Un pianista suele pasar gran parte de su vida en soledad. Estudia solo, sentado ante su instrumento; y tiene un repertorio extraordinario para piano solo, tan amplio y tan rico que una vida no basta. Por supuesto existe la música de cámara, en sus múltiples formas, pero la realidad es que la mayoría de pianistas centran su carrera en el repertorio a solo. Y ese repertorio a solo es la base de la propuesta de TROPOS. Con la diferencia de que aquí tocas las obras a solo… sin estar solo. Y esto quiere decir interactuar, compartir, dejarse sorprender y tener que adaptarse a lo inesperado. 

Adaptarse, en particular, a cómo el otro reacciona a la acústica de cada sala, a las características y a la disposición de los instrumentos, algo que ante texturas tan densas como las nuestras se convierte en un reto constante. Y a cómo el otro frasea ese día, a cómo se encuentra y se expresa a través de su instrumento. Una interacción musical, por tanto, que es realidad una interacción humana y emotiva.

Tradición

La música clásica tiene modelos muy estrictos: la tradición se ha encargado de crear precisas escalas de valores y una forma muy acotada de entender cómo tiene que sonar la música de cada época y de cada autor. A lo largo del siglo XX, en particular, la estética musical ha ido avalando la idea de una interpretación ajustada a modelos ideales, ligados a la supuesta idea sonora del compositor y/o al rigor en la traducción sonora de la notación.

TROPOS no podrá estar más lejos de esta idea: aquí no hay una perfección ideal que alcanzar, porque el objetivo sonoro se va creando y adaptando a cada situación. Nunca sabes exactamente lo que va a pasar, especialmente porque del otro lado no tienes otra parte igualmente escrita sino un mundo abierto a la improvisación y a la transformación continua de la partitura. Lo que no quiere decir renunciar al diálogo con la tradición. Al contrario, la tradición está muy presente, a veces de forma muy explícita, con referencias a interpretaciones concretas de uno u otro intérprete, o a las revisiones y adaptaciones diversas que de esas partituras han hecho otros compositores y editores. Pero, de nuevo, se trata de un diálogo abierto, en igualdad de condiciones. Por ello yo, que interpreto la parte más ligada al texto “tal como el compositor la ha escrito”, dejo para el momento del concierto tantas decisiones acerca de las distintas variantes textuales: alternativas entre las cuales elijo en tiempo real cuál elegir, y que se integran naturalmente en un contexto en el cual tantas otras decisiones (sobre dinámica, articulación y otros parámetros) están dejadas a la impresión del momento. Para quienes hemos crecido en la rigidez propia del mundo interpretativo clásico surgido de la estética stravinskiana, cada una de estas decisiones en tiempo real es una bocanada de aire fresco, un pequeño momento de íntimo placer en el marco de esa fiesta constante que es cada una de los conciertos de TROPOS. Porque así vivimos nuestros conciertos: como una fiesta. Una gran fiesta compartida.

Ahora nos esperan algunas semanas de reflexión, viajes y ensayos, antes del siguiente gran paso. Josep Colom se ha querido unir a esta aventura y el 2 de noviembre tendremos nuestro primer concierto a tres pianos. Un concierto en el que, además, estrenaremos una nueva obra en la que me vuelco también como compositor: una obra basada en los famosos apuntes de trabajo de Beethoven de los que quien ha asistido a alguna de mis recientes conferencias me ha oído tanto hablar. De mi Beethoven al piano, directos a los escenarios. Y para alguien como yo, que dejé atrás la composición hace mucho tiempo, esto supone un reto y un atrevimiento. Pero tener al lado a David Ortolà es una tal fuente de estímulo que acaban por brotar ideas que nunca hubieras imaginado tener, y entonces vale la pena lanzarse.

Es lo que tiene estar envueltos en esta vorágine creativa llamada TROPOS. Una vorágine electrizante y apasionante que, hoy más que nunca, espero compartir con cada uno de los lectores de este blog. Musikeon, en el fondo, nació para hacer posibles aventuras como ésta. Aventuras de aquéllas que dan sentido a todo lo que hacemos.

Escrito por Luca Chiantore (copyleft, noviembre 2013)

Estaba destinado al desguace: era (y es) un piano como hay mil otros, ya demasiado viejo para casi cualquier cosa. Pero las ideas mueven el mundo, y la que ha tenido Todd, su antiguo propietario, es precisamente eso: una idea.

Ese piano, el que ya todos conocen como «el piano de Bernal Heights», se ha convertido en estos últimos días en un fenómeno del que hablan los periódicos de medio mundo, además de una cita obligada para muchos habitantes de San Francisco. 

Todd necesitaba desprenderse de ese piano. Pero quería hacerlo de una forma especial. Y para ello quiso encontrar un lugar inusual para vivir entre amigos una velada musical diferente: una última velada para decirle adiós a ese viejo instrumento.

Dicho y hecho. Todd y otras cinco personas, con una furgoneta, llevaron el piano hasta la cumbre del parque de Bernal Heights, desde cuya colina se goza de una extraordinaria vista sobre la ciudad. El sitio ideal para pasar una tarde de música al aire libre; lo normal habría sido una guitarra y una harmónica, pero… ¿por qué no hacer música con un piano, ya que tenían uno y ya no servía?

Sin embargo, se corrió la voz. La que debía ser una cita entre pocos conocidos congregó a más de 200 personas. Todavía no está claro cómo pudo ser, porque nadie se encargó de la difusión de la noticia. Pero allí estaba la gente, dispuesta a vivir una noche fuera de lo común. Pero esa noche pasó y el piano, al acabar, se quedó. ¿Olvidado? No. 

En los días siguientes empezó a hablarse del piano de Bernal Heights, empezó a subir gente, por la noche empezó pronto a haber cola para tocar, y mucha gente sólo subía para escuchar. Escuchar y tocar lo que fuera: Mozart, jazz, Chopin, mucha música new age. Y entre los intérpretes hay pianistas amateur, estudiantes avanzados e incluso algún que otro profesional, por lo visto. Desde hace unos días Youtube se está empezando a llenar de videos de todo tipo (algunos muy caseros, otros más elaborados), que dan una idea del ambiente y también del variado muestrario de estéticas que allí se alternan; hay posts que describen la experiencia que supone estar allí, y artículos en prestigiosos periódicos que hablan de la curiosidad del momento.

No sabemos cuanto durará toda la aventura, quén se encargará de la afinación y el mantenimiento en el futuro. Pero la idea de Todd ha sabido crear el acontecimiento musical del verano, en San Francisco. Un acontecimiento que, como todos los eventos que realmente valen la pena, es en realidad una creación colectiva, surgida de la interacción y la participación de quienes han sabido ver en ese viejo piano vertical la ocasión para vivir la música de una forma diferente.

Escrito por Luca Chiantore (copyleft julio 2013)