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En el transcurso de la que fue su única gira de conciertos en Japón, en 1952, Alfred Cortot quedó especialmente fascinado por la belleza de las islas de Atsushima e Hibikinada, situadas en el suroeste del país, no muy lejos de Nagasaki y cerca de la ciudad de Shimonoseki. Había sido alojado en un ryokan en la localidad de Kawatana, justo en frente de las islas, y, tras conversar con las autoridades locales, éstas llegaron a ofrecerle gratuitamente la propiedad de la isla de Atsushima. El gran pianista francés sopesó la posibiidad de fijar en ella su residencia permanente, y algunos propusieron rebautizar la isla con su nombre: “Cortot-shima” (“shima” significa “isla», en japonés).

Tras regresar a Europa, Cortot (que tenía entonces 75 años) habló con entusiasmo de esa propuesta y del cariño que le habían mostrado en Japón. Pero su salud fue empeorando, y jamás volvería a ver “su” isla. En Japón, sin embargo, no se han olvidado de él: el nuevo auditorio de la ciudad de Shimonoseki, acabado en 2010, lleva su nombre. Una “Sala Cortot” mirando a la “Isla Cortot”.

 

(la idea de este breve post me ha llegado de esta foto que he encontrado en el timeline de Facebook del siempre ingeniosísimo Luca Ciammarughi: grazie Luca!)

Escrito por Luca Chiantore (copyleft septiembre 2012)