Es la foto de un fotógrafo italiano que no conocía, Stefano (Etienne) Pisano. Hay otras óptimas obras suyas en Flickr y en Ipernity. El autor la ha titulado, en inglés, Notes. Y de un poético párrafo que la acompaña en sus galerías de Flickr e Ipernity puede deducirse cuál fue su idea al hacerla. Pero la vida de una obra de arte no se limita a eso, los intérpretes lo sabemos bien: lo importante, cuando van moviéndose imágenes como ésta, es lo que evocan en nosotros. Que en este caso es mucho.
Alambrada y notas. Menuda pareja. Notas que convierten la alambrada en una especia de pentagrama: una alambrada de notas, o quizás una música que se adueña de una alambrada. Desde luego, una imagen inquietante que se abre a muchas interpretaciones.
No sé qué evoca en vosotros. Yo sé que inmediatamente se entrecruzan en mi mente tres posibles lecturas, fuertemente contradictorias entre sí. Tres maneras de pensar el rol de la música en este mundo contemporáneo.
- La música que tantas veces es capaz de dar consuelo y sentido a la existencia incluso en realidades tan duras como las que asociamos a una alambrada.
- La música que tantas veces -demasiadas veces- es usada para separar: para separar culturas, pueblos, identidades.
- O quizás justo lo contrario: la música que sabe situarse justo en la frontera, incluso en la más intransitable, creando puentes ya con el solo hecho de demostrar que se tiene algo en común, algo mucho menos manipulable, desde las instancias del poder, que las leyes, los marcos educativos, la religión, o el idioma.
Sinceramente, no sabría con cuál quedarme, porque las tres realidades son ciertas, y esa foto las contiene todas, simultáneamente. Sólo por esto, ya valdría la pena quitarse el sombrero ante el artista que la ha creado.
Pero el enigma no termina aquí. Ante esa imagen todos nosotros pensamos inmediatamente en el concepto de “música”, pero allí no hay música: hay notación. Símbolos que por una convención compartida relacionamos con sonidos, pero símbolos, al fin. Símbolos, y no sonidos reales. Y la alambrada la observamos de uno de los dos lados: del otro, ya no estaríamos viendo lo mismo, ya que todos los símbolos se nos presentarían de forma especular. Si fueran sonidos, todos escucharían lo mismo, de uno y otro lado de la alambrada. Pero no es así, porque son símbolos. Símbolos cuyo significado, por otra parte, hemos aprendido formándonos en una cultura determinada: si se tratara de notación musical japonesa, ni tan sólo habríamos sospechado de que se trataba de una alusión a la música.
Y es allí cuando la imagen de la alambrada se impregna de otra posible lectura, no menos inquietante. Parece la foto de una alambrada insólitamente convertida en un pentagrama, pero… ¿no podría ser un pentagrama presentado como si se tratara de una alambrada? ¿No podría ser la notación el verdadero tema de la foto, y la alambrada un grito de alarma ante las tantas barreras que se han creado, una y otra vez, en el momento de confundir el sonido con esos garabatos atados a un pentagrama? Un fenómeno, este último (al igual que las alambradas, mira por donde), que es propio del siglo XX: una de sus más pesadas herencias, en lo que a música se refiere.
Música y notación. Otra compleja relación. Y es cuando la foto nos invita a preguntarnos: ¿No será la notación, más que la música, lo que tantas veces separa realidades que bien podrían convivir e integrarse con naturalidad? Música clásica y música popular, composición e interpretación, obra escrita e improvisación son parejas que a lo largo del siglo XX han vivido una larga época de desencuentros, incomprensión y falta de entendimiento: enfrentamientos que en más de una ocasión han convertido la notación en un verdadero campo de batalla.
Hoy los signos de esperanza no faltan. Se suceden las propuestas que buscan nuevos cauces de comunicación y las vallas parecen ya oxidadas y caducas. Pero es ahora cuando hacen más daño, si no las vemos venir. Y por ello es importante saber que están, y de dónde proceden. Porque, en el fondo, son un fenómeno reciente: gente como Beethoven, Mozart o Bach jamás habrían sabido orientarse en medio de esas alambradas, erigidas mucho tiempo después allá donde ellos transitaban libremente.
Y una última observación: el cielo. En Occidente, estos nubarrones los vinculamos inevitablemente con malos presagios. Pero no así en otras partes del planeta: en el cine indio, por ejemplo, son promesa de lluvia, de esa ansiada lluvia que es vida y fertilidad. Y por tanto siempre son vistos en clave de esperanza. Nuevos matices posibles para una foto tan abierta a lo que sepamos ver en ella. Parece una obra de Bach, tan diversos son los caminos que pasan por ella.
Hoy los signos de esperanza no faltan. Se suceden las propuestas que buscan nuevos cauces de comunicación y las vallas parecen ya oxidadas. Siguen ahí, sin embargo. Además, el hierro oxidado es peligroso, así que tengamos cuidado. Pero no nos cansemos de buscar salidas. Hay todo un mundo por descubrir, allá fuera.
Escrito por Luca Chiantore (copyleft octubre 2012)