La paradoja de los concursos en internet
Escrito por Luca Chiantore (junio de 2015)
5.000.000 de espectadores hasta el momento. Una enormidad. Se trata, en realidad, de 5.000.000 de conexiones, lo que no es exactamente lo mismo. Pero sigue siendo una barbaridad. Es la cifra que Medici.tv proclamaba, con legítimo orgullo, hace un par de días al comentar el éxito que está representando la retransmisión en directo y el streaming en diferido de las pruebas de la 15ª edición de Concurso Chaikovsky. Y la cifra no sorprende a quienes nos movemos en las redes sociales, al observar cuántos posts y comentarios están publicándose en relación con esta retransmisión. Bastaría ese número para poner en entredicho la idea de que la música clásica no interesa. Este concurso está interesando, y mucho. Y este blog puede ser un buen lugar para realizar algunas reflexiones al respecto.
La primera tiene que ver con el la calidad esa retransmisión y la agilidad de la página web que la aloja. Informaciones sobre los concursantes, los jurados, las pruebas… todo está allí, listo para una consulta ágil y sin trabas. Las páginas se cargan al instante. Si posteas, sabes qué imagen y qué texto aparecerá, sin sorpresas. Si te conectas fuera de hora, te sale una cuenta atrás ideal para generar más expectativa. Y el hashtag para Twitter, #TCH15, es perfecto: corto y fácil de memorizar. Todos los detalles se han cuidado pensando en el usuario digital, anteponiendo el manejo a otras prioridades (a diferencia, por ejemplo, de lo que sucedió en 2010 con el Concurso Chopin). Además, el hecho de retransmitir simultáneamente los concursos de piano, violín, cello y canto, en lugar de dispersar la atención, crea sinergias y contribuye a que tantos estemos de algún modo involucrados en esto.
Por otra parte, nadie de nosotros tiene el tiempo para seguir todas las pruebas. De ahí que las actitudes de cada uno estén a menudo condicionadas por las personas de nuestro entorno. Un comentario en Facebook puede ser suficiente para que otros se fijen en uno u otro candidato, y esto nos recuerda cuán volátil, cuán humanamente condicionada es nuestra relación con todo ello. Además, aunque la calidad de la retransmisión es excelente, no suelen ser igualmente buenas las condiciones en las que muchos de nosotros escuchamos esas pruebas, a menudo con altavoces de baja calidad o de forma distraída. Nos hacemos una opinión que es inevitablemente filtrada por el propio medio: nada que ver con lo que sucedería estando sentados allá, en primera persona, escuchando a esos mismos concursantes. Y nada que ver, desde luego, con lo que escuchan los miembros del jurado (de impresionante nivel, por cierto: difícil reunir a tantos grandes intérpretes, en cada una de las categorías).
Un producto clarísimo de esta interacción llena de trayectorias imprevisibles es la forma con la que aparecen los “fans” de unos y otros. En algunos casos, las razones son obvias: en España se está respaldando muchísimo al cellista Pablo Ferrández, y no sólo ahora, cuando ha llegado a la final, sino desde el principio. Al margen de que toque divinamente, se ha conseguido que muchos sigan su participación de un modo no tan distinto de como se sigue una competición deportiva. No es un seguimiento masivo, pero hay esa clase de interés. Del mismo modo en que en Francia están entusiasmados con Lucas Debargue, el pianista más outsider de todos los que han participado. Pero no se trata únicamente de “barrer para casa”: Debargue, de hecho, está recogiendo apoyos un poco en todo el mundo, y no sólo con su manera de tocar, sino por su aire de eterno despistado, su historia personal poco común, su interés por el jazz (un interés que el propio concurso se ha encargado de promocionar). De un modo más o menos explícito, muchos quieren que gane Debargue, así como tantos, en España y no sólo, quieren un premio para Pablo Ferrández. Y justo allí es dónde aparece la parte competitiva. La dimensión que queda palpable en los artículos sorprendentemente publicados por diversos periódicos. Pablo ha llegado a la final, nunca había pasado, y ahora a ver si gana. Eso es noticia. No el cómo toca: el hecho de que está participando con éxito en una competición.
En el fondo es un concurso, de modo que no debería extrañarnos. La cuestión es que no sabe uno si alegrarse o no, de todo este seguimiento. Porque demuestra que esa dimensión competitiva está metida a fuego en nuestra cultura contemporánea, y que cuando la música se puede seguir como si se tratara de un deporte, hay mucha, muchísima gente que de golpe dedica horas a escuchar Haydn, Schumann y Chaikovsky. Y no sólo personas que lo hacen en otras situaciones, personas que van habitualmente a conciertos y escuchan esa música en su casa, sino también otra gente: gente que no lo haría si no se tratara de un concurso. Esos 5.000.000 de conexiones son una cifra aterradora. Universal Music se da con un canto en los dientes si un disco clásico consigue vender 10.000 copias en todo el mundo. Los datos de streaming y descargas en Spotify y iTunes de música clásica son tristemente bajas. Esos cinco millones no pueden no hacernos reflexionar.
Los profesionales de la música repetimos una y otra vez que la música no tiene que ver con la competición, y que los concursos están muy lejos de representar lo más noble que hay en aquello a lo que dedicamos nuestra vida. Pero, nos guste o no, esa dimensión competitiva arrastra las masas y, a menudo, a nosotros mismos. Lo hizo en su día, con los duelos en los que se vieron envueltos personajes como Mozart, Beethoven o Liszt. Y, por lo visto, sigue levantando pasiones hoy en día.