Contra todo pronóstico, Dimitry Masleev ha ganado la Medalla de Oro en la edición 2015 del Concurso Chaikovsky. Muchos se preguntan por qué. Yo no, porque nunca hay un porqué en los resultados de los concursos: mi experiencia en jurados de concursos internacionales en tres continentes diferentes me ha hecho tocar con mano la evidencia de que evaluar colectivamente un mismo candidato puede generar resultados al límite de lo aleatorio. Pero sí es cierto que, en su conjunto, los concursos ilustran tendencias. De esto sí vale la pena hablar.
Una tendencia interesantísima, en este y otros concursos recientes, es la facilidad con la que se «perdonan» notas falsas, errores de memoria y otros detalles relacionados con el acabado. Hace treinta años, tocando como ha tocado, Dimitry Masleev no habría pasado la primera prueba de este concurso. No ha habido ni una sola pieza en la que no haya fallado un número considerable de notas; en el segundo tiempo de Les Adieux incluso tuvo un pequeño lapsus de memoria y en Wilde Jadg la falta de precisión y coordinación fue realmente llamativa. Los errores siguieron también en la segunda prueba, incluso en los pasajes más sencillos, y también, aunque en menor medida, en la final. En cambio, lo hemos visto -incrédulo, eso sí- con la medalla de oro al cuello. Lukas Geniusas, por ejemplo, es mucho más preciso que él, pero representa una manera de tocar austera y sólida, muy «años 70»; hoy se prefiere alguien que cuida más el sonido y el acabado de las frases, aunque no sea tan preciso.
Otra evidencia es la importancia de pensar el concurso en perspectiva. Masleev empezó peor de cómo ha acabado. Esto es especialmente importante en un concurso como éste, donde los resultados de las diferentes pruebas no hacen media, pero no es sólo una cuestión numérica. Masleev empezó con una prueba modesta y acabó con un 3º de Prokofiev que a ratos fue muy brillante. Como ya recordé en anteriores posts, un concurso es una competición: si vas perdiendo 0-2 a mitad del partido y consigues ganar 3-2 (y si es con dos goles en tiempo de descuento, mejor) al final la copa te la llevas tú. Y esto es un poco lo que ha pasado aquí. Estoy seguro de que Masleev no fue quien tuvo la mejor puntuación ni en la primera ni en la segunda prueba. Sin embargo, ganó.
Un tercer aspecto a considerar muy atentamente es la composición de las cadencias. Masleev no ha ganado sólo el primer premio, sino también el premio a la mejor interpretación del concierto de Mozart. Y en su interpretación del Concierto K. 466, lo que más llamaba la atención eran las cadencias y las fermatas (suyas, supongo). No ha sido el único a optar por este camino, por otra parte. Yo, de hecho, prefería las que hizo Debargue en el tercer movimiento del K. 491, y Turpanov incluso ornamentó generosamente muchos pasajes (llevándose una mención especial, a pesar de no acceder a la final, y estoy seguro de que fue básicamente por esto, porque los problemas de memoria que tuvo habrían invitado justo a lo contrario). Como en los casos anteriores, Masleev ilustra una tendencia, y el premio se limita a consagrar este creciente interés por aprovechar los espacios dejados por la tradición a la interacción entre composición e interpretación.
Un ulterior detalle importante es que Masleev «jugaba en casa»; desde el principio los aplausos fueron cálidos, claramente de su parte, y en la final el público estaba con él. No así en internet, donde Geniusas, Li y Debargue tenían muchos más fans. Pero el jurado no estaba consultando Twitter o Facebook, sino viendo y escuchando lo que sucedía en sala. (También Debargue se ganó muchos sostenidores, con el paso de las pruebas, pero su manera de tocar es comprensible que no convenciera al jurado, y se vió cada vez más que le falta experiencia en el escenario.) De nuevo, hace cuarenta años, la música clásica partía de la idea de que el público había que educarlo; los miembros del jurado eran los expertos, los que sabían de música, y eso a menudo implicaba cierto distanciamiento de las opiniones del público. Hoy ya no es así, y menos todavía en un concurso al que se han invitado promotores y representantes del mundo concertístico. Es posible que en la calidez de estos aplausos haya tenido algo que ver la noticia de la muerte de la madre del propio Masleev, justo antes del inicio del concurso (que la TV rusa se ha encargado de dar a conocer: esta clase de información es siempre muy amada por los periodistas). Con más razón, se trata de esa conexión entre música y vivencias personales que hoy está tan presente en el mundo en que vivimos.
Otros dirán que Masleev ha ganado porque había dado clase con miembros del tribunal (que es cierto), o porque un ruso tenía que ganar al menos una de las categorías, o por no sé qué otras razones. Es posible que en sala se le apreciara un sonido grande y nítido, algo que a través de internet es difícil apreciar pero sí parece deducirse de la observación de su mecanismo. Pero no hay que buscar explicaciones en el resultado de ningún concurso. Lo que sí vale la pena es que los concursos nos ayuden a entender la realidad a la que se asoman los jóvenes pianistas. Y el Chaikovsky de este año tiene mucho que enseñarnos. Nos recuerda que las notas falsas no son nunca un problema en sí (y cuán despistados son los estudiantes que así lo sienten); nos invita a pensar nuestra relación con el público como un proceso, y no como la sucesión de piezas «bien tocadas»; y avala el creciente interés de los jóvenes intérpretes por la composición y la improvisación. Nunca sabremos, en cambio, cuánto ha influido la que es una vieja regla de todos los concursos: siempre es mejor ser el último en tocar. Dimitry Masleev fue el último en tocar en cada una de las pruebas. ¿Habría conseguido el mismo premio si hubiera tocado entre los primeros?
Luca Chiantore, 1 de julio de 2015