Contra todo pronóstico, Dimitry Masleev ha ganado la Medalla de Oro en la edición 2015 del Concurso Chaikovsky. Muchos se preguntan por qué. Yo no, porque nunca hay un porqué en los resultados de los concursos: mi experiencia en jurados de concursos internacionales en tres continentes diferentes me ha hecho tocar con mano la evidencia de que evaluar colectivamente un mismo candidato puede generar resultados al límite de lo aleatorio. Pero sí es cierto que, en su conjunto, los concursos ilustran tendencias. De esto sí vale la pena hablar.

Masleev6b5f22fc958e65a089744c5c1d96a9b8Una tendencia interesantísima, en este y otros concursos recientes, es la facilidad con la que se «perdonan» notas falsas, errores de memoria y otros detalles relacionados con el acabado. Hace treinta años, tocando como ha tocado, Dimitry Masleev no habría pasado la primera prueba de este concurso. No ha habido ni una sola pieza en la que no haya fallado un número considerable de notas; en el segundo tiempo de Les Adieux incluso tuvo un pequeño lapsus de memoria y en Wilde Jadg la falta de precisión y coordinación fue realmente llamativa. Los errores siguieron también en la segunda prueba, incluso en los pasajes más sencillos, y también, aunque en menor medida, en la final. En cambio, lo hemos visto -incrédulo, eso sí- con la medalla de oro al cuello. Lukas Geniusas, por ejemplo, es mucho más preciso que él, pero representa una manera de tocar austera y sólida, muy «años 70»; hoy se prefiere alguien que cuida más el sonido y el acabado de las frases, aunque no sea tan preciso. 

Otra evidencia es la importancia de pensar el concurso en perspectiva. Masleev empezó peor de cómo ha acabado. Esto es especialmente importante en un concurso como éste, donde los resultados de las diferentes pruebas no hacen media, pero no es sólo una cuestión numérica. Masleev empezó con una prueba modesta y acabó con un 3º de Prokofiev que a ratos fue muy brillante. Como ya recordé en anteriores posts, un concurso es una competición: si vas perdiendo 0-2 a mitad del partido y consigues ganar 3-2 (y si es con dos goles en tiempo de descuento, mejor) al final la copa te la llevas tú. Y esto es un poco lo que ha pasado aquí. Estoy seguro de que Masleev no fue quien tuvo la mejor puntuación ni en la primera ni en la segunda prueba. Sin embargo, ganó.

 

Leer más

En el momento de escribir estas líneas todavía no se conocen los resultados de las diferentes categorías del Concurso Chaikovsky, pero ya son muchas las cosas que se pueden comentar acerca de estas pruebas que gracias a Medici.tv hemos podido seguir tan bien en todo el mundo. Entre otras cosas, no sabemos si, como auguran muchos, George Li se alzará con la medalla de oro y con el primer premio en piano. En el fondo, no es muy importante. George Li hará una carrera, y muy grande, gane o no este concurso o el Chopin que le espera en unos pocos meses. Ganar uno de estos dos concursos simplemente facilitaría el camino. Y lo que es seguro es que su paso por este concurso ha representados su puesta de largo ante los ojos de muchos.  

George Li 1-20110706-9292-6221-pic

Más allá de cómo toque este muchacho (y toca muy bien, sobre esto no hay ninguna duda), es el fenómeno que representa el que merece un post. No se me ocurre un ejemplo más claro de lo que puede ser el «producto perfecto» para un mundo como el de la música clásica, con patrones tan definidos y poca predisposición a la sorpresa, pero sí necesitada de entrar en conexión con un mundo contemporáneo que no siempre entiende y con el cual no mantiene una relación fácil. 

Para empezar, el nombre: George Li. Corto e imposible de olvidar. Un nombre ideal. Y un perfecto reflejo de ese gusto por lo mestizo que tanto caracteriza nuestro mundo. Mitad chino, mitad estadounidense. En realidad, genéticamente es 100% chino, y administrativamente es 100% estadounidense, Pero la imaginación funciona de otro modo, y para ella él representa un puente entre ese occidente donde la música clásica se ha fraguado y ese oriente en el que hoy viven más pianistas que en el resto del mundo. Además, está el tema de la estatura. No sé cuánto medirá, pero George Li es muy pequeño. Parece ideal para encarnar el anti-heroe, el tipo por el cual no apostarías y que, luego, te asombra por lo que es capaz de hacer. Y ésta es otra cualidad que hoy vende mucho. 

Leer más

5.000.000 de espectadores hasta el momento. Una enormidad. Se trata, en realidad, de 5.000.000 de conexiones, lo que no es exactamente lo mismo. Pero sigue siendo una barbaridad. Es la cifra que Medici.tv proclamaba, con legítimo orgullo, hace un par de días al comentar el éxito que está representando la retransmisión en directo y el streaming en diferido de las pruebas de la 15ª edición de Concurso Chaikovsky. Y la cifra no sorprende a quienes nos movemos en las redes sociales, al observar cuántos posts y comentarios están publicándose en relación con esta retransmisión. Bastaría ese número para poner en entredicho la idea de que la música clásica no interesa. Este concurso está interesando, y mucho. Y este blog puede ser un buen lugar para realizar algunas reflexiones al respecto.

TCH15aLa primera tiene que ver con el la calidad esa retransmisión y la agilidad de la página web que la aloja. Informaciones sobre los concursantes, los jurados, las pruebas… todo está allí, listo para una consulta ágil y sin trabas. Las páginas se cargan al instante. Si posteas, sabes qué imagen y qué texto aparecerá, sin sorpresas. Si te conectas fuera de hora, te sale una cuenta atrás ideal para generar más expectativa. Y el hashtag para Twitter, #TCH15, es perfecto: corto y fácil de memorizar. Todos los detalles se han cuidado pensando en el usuario digital, anteponiendo el manejo a otras prioridades (a diferencia, por ejemplo, de lo que sucedió en 2010 con el Concurso Chopin). Además, el hecho de retransmitir simultáneamente los concursos de piano, violín, cello y canto, en lugar de dispersar la atención, crea sinergias y contribuye a que tantos estemos de algún modo involucrados en esto.

Leer más

Unos monos pianistas protagonizan un corto animado de seis minutos que está circulando por la red desde hace un tiempo. Un video simpático, muy bien hecho como todos los productos de la ESMA (Ecole Supérieure de Métiers Artistiques), que tiene los ingredientes ideales para ser compartido tranquilamente por todo el mundo, avalado por una moraleja que nos habla de espontaniedad, igualdad de oportunidades y necesidad de dejar atrás viejos sistemas de enseñanza. Todo muy políticamente correcto, y para quienes todavía no lo haya visto, aquí está el enlace. Sin embargo…

Como es habitual en los cortos de estas características (desde Disney y Looney Tunes en adelante, hay una larga tradición en esta dirección), la clásica es asociada de entrada con el aburrimiento, y lo es especialmente en este caso: la practican seres sumisos y sin ideas, guiados por maestros insufribles. Hasta que te topas con el swing. Sí señor: un swing que va camino de cumplir un siglo. Moderno, simpático y sinónimo de libertad, según parece. Insisto: no es la primera vez que asistimos a una jugada de este tipo, ni muchísimo menos. Pero como el asunto, esta vez, me ha llamado especialmente la atención, me surgen algunas pregundas. Dos, esencialmente.

MonkeysLa primera es evidente: ¿De verdad el mundo tiene esta impresión de nosotros? ¿Realmente somos un poco así, más allá de los tintes caricaturescos que el cine suele darle? Porque si ésa es la imagen, quizás quienes nos miran desde fuera tengan una parte de razón. Y entonces es para hacérselo mirar, la verdad. Los músicos que yo conozco, los realmente buenos, desde luego no son así. Pero cuando miro a ciertos alumnos de conservatorio, allí sí he visto, en más de una ocasión, esa sumisión, esa ausencia de chispa. Quizás sea la proyección del legítimo temperamento de cada uno. Pero es más que probable que ciertos sistemas de enseñanza no hayan ayudado a crear otras dinámicas y otra actitud hacia la música y hacia la vida. Tanto «mira bien lo que está escrito»; tanto «así no está bien»; tanto repertorio cuyo estudio se eterniza prolongándose durante meses; y poca lectura a primera vista, la improvisación más bien ausente, la música de cámara sentida (especialmente por los pianistas) como excepción y no como actividad habitual… Todo esto no ayuda, no. Por suerte muchas cosas están cambiando.

Leer más

Una plataforma integrada por personalidades de gran relieve en la vida musical española ha dado visibilidad esta semana a una serie de propuestas para resolver los grandes problemas que afectan a la educación musical superior en España. Se trata de una iniciativa importante, de la que son portavoces algunos amigos a quienes quiero y otras personalidades que aprecio muchísimo. 

ConservatoriogranadaEl contenido de los documentos que han circulado me deja, no obstante, con muchas dudas, en gran medida las mismas que ya me llevaron en 2012 a manifestar y argumentar mi posición al respecto en la conferencia inaugural del Congreso de Educación e Investigación Musical CEIMUS II. Elegí entonces aquel marco porque, además de ofrecerme la ocasión de compartir mis ideas con una comunidad especialmente numerosa y adecuada para ello, me permitía también disponer de tiempo y espacio para ofrecer la perspectiva histórica que sustenta mis principales reservas. Tuve entonces la sensación de que, con contadas excepciones, no se estaba entendiendo el fondo de lo que estaba comentando. Y la posterior publicación de las actas (diponibles online por el precio simbólico de 1€aquì) confirmó esa impresión: no hubo ninguna discusión en torno a los problemas que planteaba.

No estoy seguro de que ahora sí existan las condiciones para retomar aquellos temas, pero, ante la duda, vuelvo al ataque… Lo hago porque la propuesta que se acaba de presentar me parece necesaria y se merece todo mi aprecio, y también porque, desde aquel ya lejano 2012, han cambiado varias cosas. Entonces existía un excendido debate acerca de si los conservatorios tenían que entrar en la universidad, en la que estuvo en primera fila el querido José Luis Miralles. No se llegó, sin embargo, a involucrar a las principales instituciones del país. Ahora se aboga claramente por un modelo propio, paralelo al de la universidad, y la visibilidad de muchas personas implicadas augura que no se quede en una declaración de intenciones. No es improbable que se apruebe en las Cortes, en un futuro no muy lejano, una ley integral de la música en la línea de la que aquí se propone. Leer más

A ver… ¿En qué quedamos? ¿Lo radical es bueno o malo? En el mismo día en el que en España algunos políticos usan el término «radical» como si fuera la definición misma de aquello que pone en peligro nuestro futuro y nuestro sistema de vida, el músico que probablemente representa mejor el establishment actual de la música clásica, Daniel Barenboim, presenta al mundo un piano «radical». Radical en el sentido de «radicalmente nuevo»: a radically new piano.

Barenboim piano detailEl anuncio resulta prometedor. Pero cuando te acercas ves enseguida que de nuevo, el instrumento, tiene una sola cosa: las cuerdas paralelas. Una «novedad» que el propio Barenboim presenta en realidad como una vuelta a lo antiguo: una vuelta a los instrumentos que, a mediados del siglo XIX, todavía no habían procedido al cruce de las cuerdas que es hoy habitual Se trata de un hecho interesante, viniendo de él, que nunca había mostrado ningún interés por los pianos históricos.

Quienes conocemos los instrumentos de aquella época sabemos bien que aquellas cuerdas paralelas, especialmente en un instrumento sin bastidor de hierro fundido de una única pieza, genera una veriedad tímbrica al que los instrumentos posteriores han renunciado. Los propios alumnos de los cursos de Musikeon han podido comprobar estas propiedades gracias al Pleyel de 1849 que conservamos en nuestra sede de Valencia. No sabemos en qué medida el instrumento ideado por Barenboim y construido por Chris Maene en colaboración con Steinway consiga recuperar aquella variedad tímbrica, pero ésa es la intención declarada del propio Barenboim, y sin duda será muy interesante escuchar en directo este nuevo instrumento. Un interesante video de la BBC nos muestra al propio Barenboim tocándolo, pero es imposible apreciar adecuadamente ese sonido: habrá que esperar.

Ahora bien: ¿es esa una apuesta «radical»? ¿Tan conservadora se ha vuelto la música clásica como para que un piano como éste pueda ser presentado como algo «rádicalmente nuevo»? Y la única respuesta es, muy probablemente: sí. Porque no se trata únicamente de marketing: es que efectivamente la homogeninización de los cánones clásicos es tal que cualquier paso, por muy pequeño que sea, parecen un gran cambio. Y aquí, por lo menos, lo ha hecho un pianista excelente pensando en primer lugar en el sonido, porque en los últimos tiempos otros anuncios parecidos han servido únicamente para presentar pianos que de «nuevo» tenían el diseño, muchas veces antepuesto a las propias cualidades sonoras del instrumento.

Otra cosa muy distinta habría sido, como sugería hoy mismo en Facebook Diego Ghymers, gran músico y apreciado colaborador de Musikeon, haber presentado un teclado cromático. O un piano con una mecánica totalmente diferente de la actual. O un piano que incorporara la posibilidad de modificar electrónicamente el sonido mediante un sistema de captación, filtrado y amplificación del sonido incorporado en el propio instrumento. Pero, en el fondo, no tendría sentido esperarse experiencias de este tipo -que supondrían un abrir la música clásica a retos drásticamente («radicalmente») nuevos con respecto a la tradición- precisamente de Daniel Barenboim, que esa tradición la encarna mejor que ningún otro. No es de él, sino de otros tras él, de quienes estamos en derecho de esperarnos otros caminos.

Los seres infrahumanos del ISIS acaban de perpetrar una masacre de civiles en Palmira: nada más llegar, la semana pasada, decapitaron según la televisión siria a 400 personas, muchas de ellas mujeres, niños y ancianos. Y desde Occidente los dejamos seguir. Nuestros gobiernos miran a otro lado (¿hasta cuándo?), e incluso el día a día de muchos de nosotros, en el fondo, no parece sacudido por esta enésima barbarie.

El hecho de tratarse de Palmira añade, sin embargo, un matiz importante. En todo lo que se ha publicado hasta el momento, es más fácil observar la preocupación por aquellas maravillosas columnas que en pocos días acabarán hechas añicos que por la gente que allí vive. Mujeres, hombres y niños a quienes se les está arrebatando el presente y el futuro, la dignidad y, a menudo, la vida. Y todo ello nos obliga a una reflexión, especialmente decisiva para quienes nos ocupamos de arte, de historia, de educación.

Palmira theatre lateral

Aquellos monumentos son un patrimonio de todos, y no sólo por que lo diga la UNESCO. Nos hablan es de la extraordinaria cultura que allí floreció. Nos hablan de la fuerza de Zenobia, que se enfrentó sola a dos imperios como el romano y el sasánida, convirtió su reino en una potencia militar y llegó a conquistar Egipto así como todo el Medio Oriente. Nos habla de la Ruta de la Seda que por allí pasó, convirtiéndola en una bisagra entre Oriente y Occidente. Y nos habla de cómo otros, siglos después, vieron en la arquitectura de esa ciudad un referente insuperable de belleza. Pero no lo olvidemos: aquellas son piedras. Y si de verdad nos preocupan esos monumentos más que esos pobres seres humanos nuestros contemporáneos, entonces cabe preguntarse si no nos parecemos al ISIS más de lo que nos gustaría creer.

Amo el arte, los vestigios de nuestra historia cultural y su incalculable valor estético y simbólico. Pero si la vida humana nos importa menos que esas piedras y los valores que vemos reflejados en ellas, entonces no vamos bien. Esos salvajes piensan exactamente lo mismo: destruyen esas piedras por lo que representan. Lo han hecho en Hatra, en Nimrud, en Mosul, y lo harán muy probablemente en Palmira. Y lo hacen porque, en el fondo, esas columnas y esas estatuas, con todo lo que representan (para ellos y para nosotros) les importan mucho más que la vida y la libertad de la gente. 

(Escrito por Luca Chiantore, 27 de mayo de 2015)

Es indonesio. Es pianista. Es pianista de jazz, más concretamente. Y toca como los dioses. Nombre: Joey Alexander. Edad: 11 años. No es una errata: once. Ha nacido el 25 de junio de 2003. Cuando te acercas a él, esos 11 años se notan. Es uno, para entendernos, que en las entrevistas es capaz de soltarte frases tipo: “Me gusta el piano porque tiene muchas teclas”. 11 años y mucha inocencia. Pero lo miras, escuchas lo que está grabando ahora (cositas sencillas tipo una versión propia de Giant steps de John Coltrane, aquí a continuación) y tienes la certeza de que es, todo él, un fenómeno.

No voy a hablar de él como jazzista, que no es mi terreno y en ese aspecto no tengo muy claro si lo que hay en él es únicamente una impresionante capacidad de imitación o también se vislumbran rasgos de posibles futuros caminos realmente personales. De lo que voy a hablar es de él como pianista, como ser humano que maneja su cuerpo para generar sonido a través de un instrumento que es el de muchos que circulamos por este blog. Y cuando veo cómo toca y pienso en la edad a la que lo hace, se te ocurren inmediatamente unas cuantas cosas que decir.

Una, sobre todo. Joey Alexander toca fabulosamente bien. Pero toca de una manera que sería impensable para abordar con la misma solvencia otros lenguajes. Para la clásica, en concreto, su manera de tocar, con esos dedos planos, esos cambios de posición realizados con antebrazo, la tensión continua del pulgar, el movimiento del brazo controlado desde el omóplato, resultaría impensable. Impensable, por lo menos, para conseguir el sonido que la música clásica ha empleado para la interpretación del repertorio canónico en estos últimos 150 años, es decir el tiempo que llevamos tratando a Bach, Beethoven y Chopin como “clásicos”. Si hiciéramos con ellos otra cosa (tipo: arreglar la escritura de las obras del pasado hasta impregnarlas de una estética compositiva individual), todo cambiaría. Pero eso es, evidentemente, no lo hacemos. No sólo: si lo hiciéramos empezaríamos a preguntarnos si a eso se puede seguir llamando “música clásica”.

Así que lo que hacemos al tocar Bach, Beethoven y Chopin es intentar amoldar nuestra mano y nuestra forma de vivir la música a una escritura nacida pensando en otra mano y en otra forma de vivir la música. Algo que el jazz, en cambio, dejó de hacer hace mucho tiempo. Un siglo, más o menos. Es decir, desde una época en la que el jazz no era propiamente jazz siquiera. Cuando uno escucha lo que hacía Jelly Roll Morton en 1920 con los ragtimes de Scott Joplin (o con las arias de Verdi, o con lo que fuera, porque todo podía pasar por ese filtro), entiendes perfectamente lo que puede suceder nada más abres la caja de pandora de una actitud realmente creativa ante la partitura.

Si a todo ello añadimos la crónica alergia a los acentos que la música clásica ha ido incorporando paulatinamente en todo este tiempo, el abismo se agiganta. Esos acentos tan definidos ‒que no son una prerrogativa de Joey Alexander, sino de tantos pianistas de jazz desde hace generaciones‒ son uno de los mayores tabúes de cualquier pianista clásico, especialmente si interpreta el repertorio escrito entre 1700 y 1900. Y no es casual que los acentos hayan sido el principal elemento de novedad que introdujo en su pianismo el añorado Friedrich Gulda a medida que, ya no tan joven, se fue acercando al jazz. Acentos, no hay que olvidarlo, que estuvieron a la orden del día en la época de Beethoven y que seguían caracterizando la forma de interpretar de un Brahms, aunque hoy encontremos tan pocas personas dispuestas a rendirse a la evidencia de las fuentes históricas que documentan esa práctica.

El caso es que el legato uniforme que hoy exigimos en la realización de escalas y arpegios exige una movilidad del pulgar que Joey Alexander no tiene, y lo mismo puede decirse de la gestión de los contrastes dinámicos o de la realización convincente de los pasajes en octavas paralelas. Allí la tradición nos ha acostumbrado a un tipo de sonido, y ese otro sonido requiere de cierta gama de movimientos. Por ello me interesa tanto un caso como el del joven Joey Alexander. Imposible imaginar una demostración más clara de que una técnica impensable para la música clásica sí puede funcionar magníficamente para el jazz. Y no puedo evitar preguntarme qué ejemplos podrían servirme para demostrar lo contrario: que una técnica impensable para el jazz puede funcionar magníficamente para la clásica. No hace falta pensar mucho: en mayor o menor medida podría citar prácticamente cualquier pianista clásico ‒del pasado y del presente‒ muy identificado con el repertorio de los siglos XVIII y XIX.

¿Alguien se imagina a Claudio Arrau o a Arturo Benedetti Michelangeli tocando como Joey Alexander? Y no estoy hablando de habilidad para improvisar, sentido del groove o familiaridad con los diferentes estilos: estoy hablando de una cuestión exquisitamente mecánica. Mira por donde, sólo el contacto con una parte del repertorio escrito a partir del siglo XX abre el abanico de nuestros recursos manuales hasta incluir actitudes corporales análogas a las que vemos en videos como éste. Un repertorio que, por otra parte, brilla a menudo por su escasez en la experiencia formativa de muchos pianistas clásicos.

Otra cosa es que, al ver a Joey Alexander tocando así, no pueda descartarse en absoluto que, en un futuro quizás no muy lejano, tenga algún serio problema muscular, en la línea de los que han acompañado a Keith Jarrett durante tanto tiempo. Pero esto no es un problema específico de los jazzistas, y en todo caso no existe ninguna certeza de que estos problemas finalmente se manifestarán. Pensé lo mismo al ver los videos tempranos de Murray Perahia y Maria João Pires, y acerté. Hice lo mismo con Evgeny Kissin, y en ese caso, no: a pesar del uso tan peculiar que él hace de su musculatura, no tenemos constancia de patologías que hayan interferido con su carrera. Por suerte, la complejidad de nuestro cuerpo es casi tan grande como la de la música, y los caminos que trazan a lo largo de toda una vida son imprevisibles.

Escrito por Luca Chiantore (copyleft febrero 2015)

Mucha más gente de lo que solemos pensar acude a los conciertos de música clásica “para relajarse”. Increíble pero cierto. Y al mismo tiempo todos nosotros (aquí sí me incluyo) queremos que un concierto en vivo sea una experiencia, algo excepcional destinado a impactar nuestra imaginación y quedarse en nuestra memoria.

Sandra y Jeroen van Veen parecen haber encontrado la forma de dar un paso al frente en esta dirección. En sus “Lig Concerts”, los espectadores se ubican en el suelo, estirados sobre cómodas colchonetas. Parece una ocurrencia, pero no olvidemos hasta qué punto la posición del cuerpo condiciona nuestra relación con los fenómenos (sonoros y no sólo). Y no hace falta haberse leído a Foucault o a Françoise Escal para observar hasta qué punto la constreñida y estandarizada actitud corporal impuesta por el ritual del concierto clásico tiene mucho que ver con las ideas que han acompañado esa música a lo largo del último siglo.

LigConcert

Que ese dogma esté hoy en crisis y que muchos músicos y melómanos estemos abiertos más que nunca a nuevas propuestas es un hecho. Que éste de Sandra y Jeroen van Veen sea un camino de futuro, ya no lo tengo tan claro, por mucho que no sea una iniciativa aislada (en otros países se han realizado puntualmente performances parecidas). Lo que sí me parece coherente es el repertorio que estos músicos holandeses eligen, porque en esa posición no puedes escuchar tan fácilmente cualquier cosa. El tono muscular se relaja, el ritmo de las pulsaciones suele bajar, la escucha se vuelve aún menos física de lo que suele ser en un concierto clásico (que ya es mucho decir).

Los van Veen suelen tocar en estos conciertos una sola obra, el Canto ostinato compuesto en 1976 por su compatriota Simeon ten Holt. 75 minutos de minimalismo soft que enlaza de forma muy oportuna con el relax global al que este formato parece apuntar. Lo que cabe preguntarse es es si todo el mundo llega despierto al final del concierto, porque 75 minutos de música así, escuchada en esa posición, no son fáciles de aguantar. De aguantar despiertos, por lo menos.

Escrito por Luca Chiantore (copyleft febrero 2015)

 

LONG WALK, el nuevo disco de Francesco Tristano, ¡ya está aquí!

Obras de Buxtehude, Bach y del propio Francesco, en una grabación sensacional de Deutsche Grammophon, producida por el propio Francesco Tristano y en la que desde Musikeon estamos especialmente honrados de haber participado tan directamente, con la elaboración del texto del librillo y las traducciones correspondientes.

Un lujo, realmente, estar presentes en este disco. Mañana es el gran día: el disco empezará a distribuirse a escala internacional. Y estamos muy expectantes para saber qué opinarán músicos y melómanos de este proyecto formidable, experimental de principio a fin, tanto en la elección del repertorio como en la técnicas de grabación y en la propia actitud interpretativa, con una relación flexible ante la partitura que abre fascinantes caminos para el futuro.

El lanzamiento está acompañado de dos videos especialmente fascinantes. Música, imágenes y palabras para reflexionar y disfrutar. ¿Habéis visto esto? Ánimo, que vale la pena (ojalá así fueran todas las penas…) 😉

Y aquí está otro, un ingenioso montaje audiovisual a partir de la Canzona BuxWV 168. No uno ni dos Francescos, sino… tres!! Tres voces en una sola imagen, entrando y saliendo.

Cuánta música maravillosa nos espera. Gracias, Francesco!!!