Escrito por Luca Chiantore (mayo de 2015)

¿En qué quedamos? ¿Lo radical es bueno o malo? El mismo día en que en España algunos políticos conservadores usan el término “radical” como si fuera la definición misma de aquello que pone en peligro nuestro futuro y nuestro sistema de vida, el músico que probablemente representa mejor el establishment actual de la música clásica, Daniel Barenboim, presenta al mundo un piano “radical”. Radical en el sentido de “radicalmente nuevo”: a radically new piano.

Barenboim piano detailEl anuncio es prometedor. Pero cuando te acercas ves enseguida que, comparado con cualquier instrumento de cola actual, el instrumento tiene una sola cosa realmente distinta: las cuerdas paralelas. Una “novedad” que el propio Barenboim presenta en realidad como una vuelta a lo antiguo: una vuelta a los instrumentos que, a mediados del siglo XIX, todavía no habían procedido al cruce de las cuerdas que es hoy habitual Se trata de un hecho interesante, viniendo de él, que nunca había mostrado ningún interés por los pianos históricos.

Quienes conocemos los instrumentos de aquella época sabemos bien que aquellas cuerdas paralelas, especialmente en un instrumento sin bastidor de hierro fundido de una única pieza, genera una veriedad tímbrica al que los instrumentos posteriores han renunciado. Los propios alumnos de los cursos de Musikeon han podido comprobar estas propiedades gracias al Pleyel de 1848 que conservamos en nuestra sede de Valencia. No sabemos en qué medida el instrumento ideado por Barenboim y construido por Chris Maene en colaboración con Steinway consiga recuperar aquella variedad tímbrica, pero ésa es la intención declarada del propio Barenboim, y sin duda será muy interesante escuchar en directo este nuevo instrumento. Un interesante video de la BBC nos muestra al propio Barenboim tocándolo, pero es imposible apreciar adecuadamente ese sonido: habrá que esperar.

Ahora bien: ¿es esa una apuesta “radical”? ¿Tan conservadora se ha vuelto la música clásica como para que un piano como éste pueda ser presentado como algo “rádicalmente nuevo”? Y la única respuesta es, muy probablemente: sí. Porque no se trata únicamente de marketing: es que efectivamente la homogeninización de los cánones clásicos es tal que cualquier paso, por muy pequeño que sea, parecen un gran cambio. Y aquí, por lo menos, lo ha hecho un pianista excelente pensando en primer lugar en el sonido, porque en los últimos tiempos otros anuncios parecidos han servido únicamente para presentar pianos que de “nuevo” tenían el diseño, muchas veces antepuesto a las propias cualidades sonoras del instrumento.

Otra cosa muy distinta habría sido, como sugería hoy mismo en Facebook Diego Ghymers, gran músico y apreciado colaborador de Musikeon, haber presentado un teclado cromático. O un piano con una mecánica totalmente diferente de la actual. O un piano que incorporara la posibilidad de modificar electrónicamente el sonido mediante un sistema de captación, filtrado y amplificación del sonido incorporado en el propio instrumento. Pero, en el fondo, no tendría sentido esperarse experiencias de este tipo -que supondrían un abrir la música clásica a retos drásticamente (“radicalmente”) nuevos con respecto a la tradición- precisamente de Daniel Barenboim, que esa tradición la encarna mejor que ningún otro. No es de él, sino de otros tras él, de quienes estamos en derecho de esperarnos otros caminos.

Escrito por Luca Chiantore (27 de mayo de 2015)

Los seres infrahumanos del ISIS acaban de perpetrar una masacre de civiles en Palmira: nada más llegar, la semana pasada, decapitaron según la televisión siria a 400 personas, muchas de ellas mujeres, niños y ancianos. Y desde Occidente los dejamos seguir. Nuestros gobiernos miran a otro lado (¿hasta cuándo?) e incluso el día a día de muchos de nosotros, en el fondo, no parece sacudido por esta enésima barbarie.

El hecho de tratarse de Palmira añade, sin embargo, un matiz importante. En todo lo que se ha publicado hasta el momento, es más fácil observar la preocupación por aquellas maravillosas columnas que en pocos días acabarán hechas añicos que por la gente que allí vive. Mujeres, hombres y niños a quienes se les está arrebatando el presente y el futuro, la dignidad y, a menudo, la vida. Y todo ello nos obliga a una reflexión, especialmente decisiva para quienes nos ocupamos de arte, de historia, de educación.

Palmira theatre lateral

Aquellos monumentos son un patrimonio de todos, y no sólo por que lo diga la UNESCO. Nos hablan es de la extraordinaria cultura que allí floreció. Nos hablan de la fuerza de Zenobia, que se enfrentó sola a dos imperios como el romano y el sasánida, convirtió su reino en una potencia militar y llegó a conquistar Egipto así como todo el Medio Oriente. Nos habla de la Ruta de la Seda que por allí pasó, convirtiéndola en una bisagra entre Oriente y Occidente. Y nos habla de cómo otros, siglos después, vieron en la arquitectura de esa ciudad un referente insuperable de belleza. Pero no lo olvidemos: aquellas son piedras. Y si de verdad nos preocupan esos monumentos más que esos pobres seres humanos nuestros contemporáneos, entonces cabe preguntarse si no nos parecemos al ISIS más de lo que nos gustaría creer.

Amo el arte, los vestigios de nuestra historia cultural y su incalculable valor estético y simbólico. Pero si la vida humana nos importa menos que esas piedras y los valores que vemos reflejados en ellas, entonces no vamos bien. Esos salvajes piensan exactamente lo mismo: destruyen esas piedras por lo que representan. Lo han hecho en Hatra, en Nimrud, en Mosul, y lo harán muy probablemente en Palmira. Y lo hacen porque, en el fondo, esas columnas y esas estatuas, con todo lo que representan (para ellos y para nosotros) les importan mucho más que la vida y la libertad de la gente.