Es impresionante cómo escuchan algunos… Estoy en este momento en una conferencia de Sofia Gubaidulina, en la ESMUC de Barcelona. De momento no se trata propiamente de una “conferencia”: llevamos 30 minutos escuchando una obra suya reciente, Fachwerk, para bayan, orquesta de cuerda y percusión. Una obra alucinante, las cosas como son. Pero no sé si me impresiona más la obra, que estoy conociendo en este mismo momento, o ver cómo la escucha su propia autora. Seremos unas sesenta personas en la sala, y ella escucha con una intensidad que parece superior a la de todos los demás: justo ella, que esa obra la ha compuesto y la habrá escuchado mil veces, la está viviendo como si no existiera otra cosa en el mundo. No es la primera vez que asisto a un fenómeno parecido, y cada vez me impresiona: ésa es la escucha de los grandes, la escucha de quien está en presencia de lo que da sentido a su vida. Una identificación con el sonido que te muestra el verdadero significado de la palabra “concentración”.
La que, en cambio, me sorprende es la actitud corporal, sólo aparentemente estática y en realidad cargada de una curiosa movilidad. Tiene 81 años, Sofia Gubaidulina, y el control sobre su cuerpo es realmente asombroso. El torso se mantiene fijo, erguido, todo el tiempo en la misma posición. La cabeza, baja, cada minuto un poco más baja, está orientada hacia adelante, prácticamente siempre en la misma dirección; sólo una vez, como anunciando que el final se acerca, su cabeza se desplaza un poco hacia la derecha, sutilmente, y es un movimiento lento, que parece salido de algún antiguo ritual. La mandíbula, por el contrario, está en movimiento. La dentadura no está bien fijada, pienso, pero descubro pronto que los movimientos de la boca, de amplitud y periodicidad irregular, son proporcionales al nivel dinámico (que con ella suele tener una relación directa con el grado de tensión emotiva) y no puede ser algo casual. Finalmente, las manos. Todo el tiempo apoyadas delicadamente sobre los muslos, debajo de la mesa, siempre en la misma posición, pero con los dedos en constante movimiento: un movimiento que en este caso es rápido y casi ininterrumpido, vagamente parecido al de un instrumentista.
Es un espectáculo, un espectáculo en toda regla. Una verdadera polirrítmia corporal, una superposición de movimientos de amplitud y periodicidad muy diversa, que se prolonga durante la media hora larga que dura este Fachwerk. Pero finalmente, tras un último y atronador fortissimo, la obra acaba, y todo, rápidamente, cambia. La cabeza se levanta, ella esboza incluso una sonrisa, abandonando la anterior austeridad facial. Tiene el aspecto de quien ha vuelto de un largo viaje. Y de aquella polirrítmia corporal ya no queda rastro.
Tras un breve silencio, empiezan las palabras. Se trata de una conferencia: has venido a escuchar su voz, no sólo su música. Y todo se simplifica, inmediatamente. Primero una explicación agradable y muy naif de la «idea básica» de la obra. Nada de tecnicismos: todo se basa en la búsqueda de paralelismos musicales con el “Fachwerk” arquitectónico (el estilo constructivo tradicional del norte de Europa, con sus característicos armazones de madera a la vista). Si te esperabas un discurso hermético y reservado a unos pocos expertos, esto te sorprende, y puede ser una sorpresa agradable. Pero pronto la cosa se tuerce. Llega la etnocéntrica invocación de la jerarquía “natural” que reserva a losacordes mayores y menores el centro del sistema musical (sí, los menores también, ellos también vendidos como ley de natura y defendidos con los armónicos naturales en la mano). Piensas que a lo mejor se trata de un problema de traducción pero no: sus afirmaciones con claras e inequívocas. Todo suena vagamente paradójico, en una mujer como ella que tanto ha experimentado lejos de la tonalidad e incluso con microtonos, pero me parece revelador. Y te sirve para entender inmediatamente por qué su música acaba por agarrarte las entrañas por el mismo cauce por donde lo hacen las sinfonías de Mahler y el Parsifal.
De ahí, como natural prolongación de lo anterior, llegamos al discurso místico, siempre presente en su ideario. Acompañado del irrenunciable alegato en contra del mundo moderno, donde el hambre de saber hace “perder la frescura”, la “inocencia”, etc., etc. Y es otro discurso que conocemos bien: Rousseau pasado por el filtro del Romanticismo y aliñado sin remilgos con una explícita apología del sentimiento religioso (y uno empieza a no extrañarse que el gran ascenso de la popularidad de Sofia Gubaidulina haya coincidido con la New Age). No puedo evitar pensar en otra gran mujer, la recién fallecida Rita Levi Montalcini, que todo ello lo enfocaba de un modo tan sumamente opuesto, y me invade una irrefrenable nostalgia…
Van pasando los minutos, y siento que, por una vez, el discurso en torno a la música se interpone a mi experiencia de oyente: en lugar de enriquecerla, sigue trayectorias que me alejan de ella. Entiendo que para comprender a fondo la figura de Sofia Gubaidulina es importante relacionar su música con sus ideas, pero ésa no es mi intención: ante sus obras mi posición es más la del oyente de a pie que la del historiador o del analista. Nada más acabar la conferencia, mi mente vuelve enseguida al recuerdo de la deslumbrante impresión generada por la escucha de este Fachwerk.
Pienso en el título, precisamente un título que evoca materia, madera a vista, formas sólidas y a medida humana. Y en una obra que sabe convertir todo ello en sensaciones poderosas, recordándonos que la música es vida vivida y compartida.
La música de Sofia Gubaidulina sabe proporcionar todo eso, con una fuerza que en su presencia adquiere nuevos e inesperados matices. De este día conservaré la intensidad de aquel contacto directo, una experiencia que sólo puedes vivir a través del cuerpo físico de la autora. Esa polifonía entre el cuerpo de la compositora y su propia composición: una doble polirrítmia, a la vez corporal y sonora. Eso sí fue maravilloso.
Escrito por Luca Chiantore (copyleft, noviembre 2013)